Abriendo posibilidades de
nuevas y mejores conversaciones
No hablamos por hablar nomás, sino
para comunicarnos generando acuerdos como resultado del diálogo. Lo opuesto es
el monólogo, muy usado y disfrazado en los modos autoritarios y violentos de
relacionarse. Sabemos que es así, sin embargo, ya se trate de diálogo o
monólogo muchas veces caemos en alguna de estas dos situaciones erróneas: la suposición,
cuando damos por sentado que los demás con la sola audición de nuestras palabras debieran entender lo mismo que quisimos comunicarles, tal como lo pensamos, lo decimos
y lo hacemos, y la indiferencia, por la que somos impermeable a lo que dice nuestro interlocutor. Esto no implica que lo menospreciamos
creyéndolo incapaz de entendernos, al contrario, es para descubrir que a
menudo, cuando no somos comprendidos y nos sale la víctima diciendo “a mí
nadie me entiende”, tal vez el problema esté en que no sabemos hacernos entender,
y exigimos a los demás que nos entiendan, a pesar de no haberles dado suficientes herramientas para hacerlo.
Barreras y condicionamientos físicos,
ideológicos, sociales y geográficos forman parte de nuestra capacidad de
comunicación. No podemos desconocerlas y obviarlas al
comunicarnos con todos y cada uno de nuestros interlocutores. Si no, más que de
posible violencia, hablamos de ninguneo seguro, lo cual también es
absolutamente inadmisible en cualquier grupo social.
Además, en las conversaciones frecuentemente ocurre que las suposiciones (eso que damos por sobreentendido de los demás y sobre lo que decimos) nos hacen correr el riesgo de generar y generarnos expectativas que al final resultan falsas y frustrantes. En ese caso lo mejor que nos puede pasar durante el diálogo es descubrir que no entendimos lo mismo que nuestro interlocutor, porque supusimos que coincidíamos en algo sobre lo cual no habíamos hablado explícitamente, ni chequeado de que así es.
Además, en las conversaciones frecuentemente ocurre que las suposiciones (eso que damos por sobreentendido de los demás y sobre lo que decimos) nos hacen correr el riesgo de generar y generarnos expectativas que al final resultan falsas y frustrantes. En ese caso lo mejor que nos puede pasar durante el diálogo es descubrir que no entendimos lo mismo que nuestro interlocutor, porque supusimos que coincidíamos en algo sobre lo cual no habíamos hablado explícitamente, ni chequeado de que así es.
Estos resultados
no deben ni pueden ser una situación ideal e inalcanzable para nosotros. ¿Acaso
no queremos vivir mejor? Seguro que sí, y además sabemos que
lo haremos posible, para lo cual hablaremos más y mejor, hablaremos la verdad,
de verdad y con verdad, para ser cada vez más libres.
Te
doy mi palabra, espero la tuya
Mg. Adrián Cervera