Aún no le duele lo suficiente…
Reflexiones sobre la zona de confort
Hace unos
pocos días, mientras tenía una interesante conversación con el Sr. D, uno de
mis amigos Coach, le pedí su opinión sobre el Sr. T, nuestro amigo en común, porque
me da la impresión de que el querido Sr. T se quedó a mitad de camino, le dije.
D, como buen Coach, muy serena y amablemente me respondió: es que a T aún no le duele lo
suficiente. Luego, nuestra conversación derivó por otros carriles, y su
respuesta tan simple como sintética me llevó a hacer esta reflexión.
En el ámbito
de los Recursos Humanos de las Organizaciones solemos hablar de la zona de
confort como aquella situación psicológica en la que hemos encontrado
cierta paz para permanecer allí sine die,
sin límites de tiempo, y convencidos de que ahí somos felices, por tanto, no
hay motivos para abandonar ese lugar. Además, se refiere a un estado mental donde
la persona utiliza conductas evasivas del miedo y la ansiedad en su vida
diaria, utilizando un comportamiento rutinario para conseguir un rendimiento
constante sin asumir ningún riesgo, es decir, vive en piloto automático.
Los que nos
dedicamos profesionalmente a la gestión de las Organizaciones para favorecer a la
personas en el ámbito laboral, sabemos que esa situación de placer así vivida esconde
y disfraza un estado de dejadez personal, que engañosamente justifica un parate existencial del que generalmente no llegamos a ser conscientemente conscientes debido a que nuestro
espíritu emprendedor está anestesiado y convencido de que no puede dar más, ni
tener objetivos más comprometedores y superadores. A los que están en ese
estado les gusta decir: es que no me dan
el lugar para crecer, y además estoy
convencido y creo firmemente que no tengo las fuerzas suficientes para hacerlo.
Como
graciosamente le gusta decir a mi amigo D: estamos
al horno, sin papas y en caída libre. Ante esta desgraciada situación saco
una primera conclusión: la zona de
confort hace subir nuestro umbral de dolor de infelicidad a un
nivel tal que nos impide sentir el dolor de la desgracia y, si lo sentimos, no
nos molesta tanto como para querer salir de esa situación. Algo nos duele, y
simultáneamente no nos molesta lo suficiente como para reaccionar y decidir salir
de allí. Es como tener una piedra en el zapato, y sentir que sólo se trata de
un granito de arena.
Imagino que a
esta altura de la reflexión cada uno ya estará autoanalizándose sobre cuáles
son sus dolores anestesiados. A la par que hagan ese valioso diagnóstico, los
invito a seguir reflexionando conmigo.
Para
progresar, acaso ¿hay que aceptar esa espantosa afirmación que algunos
sostienen como su leitmotiv existencial: es que somos hijos del rigor?
Dado que detesto el rigor en todas sus formas, de ninguna manera me hago cargo
de tan negativa afirmación. No obstante, sí creo que el crecimiento humano
conlleva la experiencia del esfuerzo por conseguir el bien arduo que se anhela,
a tal punto que implica la coexistencia de la virtud cardinal de la fortaleza
para superar las dificultades y la experiencia misma del dolor. Además me
pregunto, aparte del dolor, ¿no hay acaso otra manera para reaccionar y no
estancarnos? ¿Por qué permitimos que luego de sacrificarnos por lograr algo
bueno, ese punto de llegada se convierta en una zona de confort en la que vegetamos sin más, en lugar de que sea un
nuevo punto de partida para algo mayor y mejor?
Creo que una
cosa es la experiencia del dolor propio
del crecimiento, y otra muy distinta es el
dolor que debo esperar que me duela para reaccionar y salir del pantano del
éxito mal entendido. Por mi instinto de supervivencia, así como naturalmente detesto
el rigor y el dolor, también por él estoy convencido de que el bienestar y el
placer por disfrutar lo conseguido son muy buenos para nosotros a pesar del
esfuerzo realizado, de ese esfuerzo del que bien decimos: valió la pena, ya que ahora me siento más pleno que antes. En ese
caso hemos elegido el crecimiento como una honorable carrera por ser más, y no por
tener más.
Además, el
dolor que es propio del crecimiento no necesariamente conlleva la experiencia
del sufrimiento, en cambio el otro tipo de dolor no existe sin sufrir
concomitantemente.
Es decir, el dolor y el sufrimiento no son sinónimos, ya que
algo puede dolerme y no necesariamente hacerme sufrir. El dolor es parte de una
infeliz circunstancia que me afecta mal, en cambio el sufrimiento es una de las
opciones ante el dolor para superar esa
circunstancia.
El camino del
crecimiento transitado por la acera del sufrimiento nos posiciona en el lugar
de víctimas y, de ese modo pasamos a estar convencidos de que si no me victimizo no reacciono, y que si no
me dan lo que me tienen que dar (como si alguien te debiera dar algo porque
sí), decido no crecer más. Víctima
y reacción
son dos palabras que definen los motivos por los cuales invernamos en la zona de
confort, y peor aún, nos sentimos comodísimos en ella. En cambio, en la acera
de enfrente se exige ser proactivo y protagonista de uno mismo en todo sentido.
Proactivo y protagonista
son dos palabras que definen los motivos por los cuales buscamos ser más
plenos, ir al lugar donde sucede la magia. Esta última vereda no me exime del esfuerzo ni del dolor que puede
implicar, ambos son parte de los límites propios de la condición humana. A los
que se victimizan les gusta sufrir para ser atendidos, pues son atenidos. Al
protagonista le puede doler y se puede doler con otros, condolerse con sus
semejantes, y no por ello renunciar a la lucha para salir de allí.
Finalmente,
una pregunta más, ¿por qué pienso que mi amigo T está a media máquina en el camino
de la vida si para él su situación es muy buena? La respuesta es simple: lo que
importa es cómo se siente él y no lo que yo piense de su situación, y mucho
menos luego de haber hecho un juicio que no me está permitido hacer sobre nadie,
como es el de juzgar que está a media máquina. Si hubiera dicho que está a toda
máquina, también habría errado porque nadie tiene el exitómetro existencial, simplemente porque no existe. Sólo se trata
de aceptar que tenemos derecho a tener distintas percepciones de la realidad y,
también, que nos es lícito tener visiones disímiles sobre el crecimiento que
podemos alcanzar mientras dure esta historia. La experiencia y la sensación de
plenitud son absolutamente subjetivas, personales y privativas de cada uno
según sea su modo de encarar la apasionante aventura de aprender a vivir.
Además, podemos plantearnos que aun persiguiendo el mismo destino, podemos
diferir en el modo de alcanzarlo y por tanto, hacer distintos caminos, o el
mismo a distintas velocidades según cada uno lo decide, y se lo permiten...