martes, 4 de diciembre de 2018

Aún no le duele lo suficiente…

Reflexiones sobre la zona de confort

Hace unos pocos días, mientras tenía una interesante conversación con el Sr. D, uno de mis amigos Coach, le pedí su opinión sobre el Sr. T, nuestro amigo en común, porque me da la impresión de que el querido Sr. T se quedó a mitad de camino, le dije. D, como buen Coach, muy serena y amablemente me respondió: es que a T aún no le duele lo suficiente. Luego, nuestra conversación derivó por otros carriles, y su respuesta tan simple como sintética me llevó a hacer esta reflexión.

En el ámbito de los Recursos Humanos de las Organizaciones solemos hablar de la zona de confort como aquella situación psicológica en la que hemos encontrado cierta paz para permanecer allí sine die, sin límites de tiempo, y convencidos de que ahí somos felices, por tanto, no hay motivos para abandonar ese lugar. Además, se refiere a un estado mental donde la persona utiliza conductas evasivas del miedo y la ansiedad en su vida diaria, utilizando un comportamiento rutinario para conseguir un rendimiento constante sin asumir ningún riesgo, es decir, vive en piloto automático.

Los que nos dedicamos profesionalmente a la gestión de las Organizaciones para favorecer a la personas en el ámbito laboral, sabemos que esa situación de placer así vivida esconde y disfraza un estado de dejadez personal, que engañosamente justifica un parate existencial del que generalmente no llegamos a ser conscientemente conscientes debido a que nuestro espíritu emprendedor está anestesiado y convencido de que no puede dar más, ni tener objetivos más comprometedores y superadores. A los que están en ese estado les gusta decir: es que no me dan el lugar para crecer, y además estoy convencido y creo firmemente que no tengo las fuerzas suficientes para hacerlo.
Como graciosamente le gusta decir a mi amigo D: estamos al horno, sin papas y en caída libre. Ante esta desgraciada situación saco una primera conclusión: la zona de confort hace subir nuestro umbral de dolor de infelicidad a un nivel tal que nos impide sentir el dolor de la desgracia y, si lo sentimos, no nos molesta tanto como para querer salir de esa situación. Algo nos duele, y simultáneamente no nos molesta lo suficiente como para reaccionar y decidir salir de allí. Es como tener una piedra en el zapato, y sentir que sólo se trata de un granito de arena.

Imagino que a esta altura de la reflexión cada uno ya estará autoanalizándose sobre cuáles son sus dolores anestesiados. A la par que hagan ese valioso diagnóstico, los invito a seguir reflexionando conmigo.

Para progresar, acaso ¿hay que aceptar esa espantosa afirmación que algunos sostienen como su leitmotiv existencial: es que somos hijos del rigor? Dado que detesto el rigor en todas sus formas, de ninguna manera me hago cargo de tan negativa afirmación. No obstante, sí creo que el crecimiento humano conlleva la experiencia del esfuerzo por conseguir el bien arduo que se anhela, a tal punto que implica la coexistencia de la virtud cardinal de la fortaleza para superar las dificultades y la experiencia misma del dolor. Además me pregunto, aparte del dolor, ¿no hay acaso otra manera para reaccionar y no estancarnos? ¿Por qué permitimos que luego de sacrificarnos por lograr algo bueno, ese punto de llegada se convierta en una zona de confort en la que vegetamos sin más, en lugar de que sea un nuevo punto de partida para algo mayor y mejor?

Creo que una cosa es la experiencia del dolor propio del crecimiento, y otra muy distinta es el dolor que debo esperar que me duela para reaccionar y salir del pantano del éxito mal entendido. Por mi instinto de supervivencia, así como naturalmente detesto el rigor y el dolor, también por él estoy convencido de que el bienestar y el placer por disfrutar lo conseguido son muy buenos para nosotros a pesar del esfuerzo realizado, de ese esfuerzo del que bien decimos: valió la pena, ya que ahora me siento más pleno que antes. En ese caso hemos elegido el crecimiento como una honorable carrera por ser más, y no por tener más.
Además, el dolor que es propio del crecimiento no necesariamente conlleva la experiencia del sufrimiento, en cambio el otro tipo de dolor no existe sin sufrir concomitantemente. 

Es decir, el dolor y el sufrimiento no son sinónimos, ya que algo puede dolerme y no necesariamente hacerme sufrir. El dolor es parte de una infeliz circunstancia que me afecta mal, en cambio el sufrimiento es una de las  opciones ante el dolor para superar esa circunstancia.

El camino del crecimiento transitado por la acera del sufrimiento nos posiciona en el lugar de víctimas y, de ese modo pasamos a estar convencidos de que si no me victimizo no reacciono, y que si no me dan lo que me tienen que dar (como si alguien te debiera dar algo porque sí), decido no crecer más. Víctima y reacción son dos palabras que definen los motivos por los cuales invernamos en la zona de confort, y peor aún, nos sentimos comodísimos en ella. En cambio, en la acera de enfrente se exige ser proactivo y protagonista de uno mismo en todo sentido. Proactivo y protagonista son dos palabras que definen los motivos por los cuales buscamos ser más plenos, ir al lugar donde sucede la magia. Esta última vereda no me exime del esfuerzo ni del dolor que puede implicar, ambos son parte de los límites propios de la condición humana. A los que se victimizan les gusta sufrir para ser atendidos, pues son atenidos. Al protagonista le puede doler y se puede doler con otros, condolerse con sus semejantes, y no por ello renunciar a la lucha para salir de allí.

Finalmente, una pregunta más, ¿por qué pienso que mi amigo T está a media máquina en el camino de la vida si para él su situación es muy buena? La respuesta es simple: lo que importa es cómo se siente él y no lo que yo piense de su situación, y mucho menos luego de haber hecho un juicio que no me está permitido hacer sobre nadie, como es el de juzgar que está a media máquina. Si hubiera dicho que está a toda máquina, también habría errado porque nadie tiene el exitómetro existencial, simplemente porque no existe. Sólo se trata de aceptar que tenemos derecho a tener distintas percepciones de la realidad y, también, que nos es lícito tener visiones disímiles sobre el crecimiento que podemos alcanzar mientras dure esta historia. La experiencia y la sensación de plenitud son absolutamente subjetivas, personales y privativas de cada uno según sea su modo de encarar la apasionante aventura de aprender a vivir. Además, podemos plantearnos que aun persiguiendo el mismo destino, podemos diferir en el modo de alcanzarlo y por tanto, hacer distintos caminos, o el mismo a distintas velocidades según cada uno lo decide, y se lo permiten...

Al fin y al cabo, sé que los logros de mi Amigo T han sido con múltiples sacrificios, y que él ni sabe de la mala fama de la zona de confort como para considerarla un problema del que necesite liberarse para crecer. Al contrario, vive feliz porque lo ignora. Sólo me queda agradecerle a T. porque me sirvió de espejo para darme la ocasión de reflexionar sobre las amargas anestesias que engañan a mi espíritu y lo sumergen en falsas dulzuras que son hambre para hoy y para mañana.